Genial, irreverente, polémico, lúcido y, en muchos pasajes de su carrera, adelantado a su época
Charly García, la figura más popular del rock argentino, llega este domingo a sus 65 en plena vigencia, con un nuevo disco de estudio en preparación y muestras de cariño de varias generaciones de fans y artistas a los que influenció.
Genial, irreverente, polémico, lúcido y, en muchos pasajes de su carrera, adelantado a su época, García
logró trascender el rock y posicionarse como un símbolo nacional a partir de una rica obra que gráfica como pocas la idiosincrasia nacional, a las que sumó apariciones públicas en las que estableció la versión vernácula de la figura de “rockstar”.
El hombre del bigote bicolor nunca pasó inadvertido, al punto de llamar la atención incluso de quienes no comulgaban con sus posturas artísticas, lo cual muchas veces lo convirtió en un blanco fácil para sus detractores.
Sin embargo, ya sea a la cabeza de populares bandas como Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Seru Giran, o en su brillante etapa solista, no sólo se limitó a ser el mejor publicista de su obra, sino que sostuvo esta actitud con una música de alta calidad.
En este sentido, muchas de sus canciones se han convertido en clásicas bandas de sonido de distintos momentos de la historia reciente, tal como ocurre con “Aprendizaje”, “Canción para mi muerte”, “Películas”, “Peperina”, “No llores por mí, Argentina”, “Los Dinosaurios”, “No bombardeen Buenos Aires”, “No me dejan salir”, “Demoliendo hoteles”, “No voy en tren” y “Filosofía barata y zapatos de goma”, entre tantos otros.
También registró una moderna versión del “Himno Nacional Argentino”, en 1990, que generó acalorados debates pero, con el paso del tiempo, se convirtió en número puesto en muchos actos insittucionales.
Nacido en una familia de buen pasar económico en el barrio porteño de Caballito bajo el nombre de Carlos Alberto García Moreno, inició sus estudios musicales a los cuatro años en el Conservatorio Thibaud Piazzini, donde recibió una rigurosa educación artística que le permitió aprender a tocar de manera prematura obras de Bach, Mozart y Chopin, entre otros clásicos.
Dotado de oído absoluto de nacimiento, es decir con capacidad de reconocer notas musicales con solo escucharlas, García no tardó en convertirse en una suerte de animador de las reuniones que se llevaban a cabo en su casa, a las que solían asistir artistas como Mercedes Sosa y Eduardo Falú, a partir de los lazos que su madre tenía con el mundo del espectáculo.
De hecho, es famosa la anécdota donde se descubren sus virtudes musicales, cuando con apenas cuatro años tuvo la osadía de interrumpir una interpretación de Falú, en el living de su casa, para advertirle que tenía una cuerda de su guitarra desafinada.
La vida de Charly cambiaría, según sus propias palabras, cuando descubrió la música de Los Beatles, la banda de la que dijo que “había inventado la juventud”, y decidió darle rienda suelta a su reprimido impulso de componer música.
Años más tarde, recordaría que una profesora del Conservatorio había rechazado esa faceta al sostener que “en la música clásica ya estaba todo compuesto”.
Con Nito Mestre, su compañero de la secundaria Damaso Centeno, formó Sui Generis, inspirado en la música folk proveniente de Estados Unidos, donde desplegó, hasta su separación en 1975, una obra que aún hoy refleja fundamentalmente el mundo adolescente.
La segunda mitad de los ’70, en pleno auge del rock sinfónico, mostró a un García más cercano al rock progresivo, el cual desplegó de manera magnífica, uso de Mellotron mediante, en La Máquina de Hacer Pájaros y, más tarde, en Seru Giran, formación en la que también brillaban David Lebón, Oscar Moro y un joven Pedro Aznar y que fue calificada por la prensa especializada como “los Beatles argentinos”.
Esta etapa se caracterizó además por la capacidad de Charly para contar el oscurantismo al que la dictadura militar había sometido al país, sobre todo a partir de canciones como “No te dejes desanimar” de La Máquina de Hacer Pájaros y “Canción de Alicia en el país”, de Seru Giran.
En “Peperina”, de 1981, el último disco de estudio de Seru Giran, García anticipó lo que vendría en su etapa solista, en donde con trabajos como “Yendo de la cama al living”, pero fundamentalmente con “Clics Modernos”, marcó el ingreso del rock argentino a la modernidad, con influencias de la new wave y el uso de máquinas.
En esa etapa, además, coronó esta labor con la producción de algunas de las bandas más innovadoras del momento, como Los Twist y Los Abuelos de la Nada.
Si para el brillante “Piano bar”, de 1984, volvió a un rock más directo y sanguíneo, su posterior trabajo, el recordado “Parte de la religión”, de 1987, puso sobre la mesa la influencia que artistas como Prince estaban ejerciendo en él.
Los años ’90 y la primera década del siglo XXI encontraron a García más concentrado en el concepto artístico vanguardista puesto en marcha en “La hija de la lágrima”, de 1994, y en “Say no more”, de 1996. En esos años, muchas de sus conductas resultaron escandalosas para la mayoría de la sociedad, que justificaba ese accionar a un creciente consumo de drogas.
Más allá de eso, muchos de los movimientos artísticos dados por el hombre del bigote bicolor en ese lapso fueron comprendidos años más tarde y reivindicados al conocer a músicos internacionales que trabajaban en un sentido similar, como el caso de Marilyn Manson.
Tras un episodio relacionado con su salud, en 2008, que lo obligó a realizar un estricto tratamiento, García regresó a la actividad en 2009, fecha desde la cual realizó varios conciertos, donde volvió a sentir en carne propia el renovado cariño del público.
Mientras prepara un nuevo disco y se recupera de una operación en la cadera, Charly festeja sus 65 años rodeado de un cariño popular que trasciende las fronteras de su actividad, tal como ocurre con figuras como Carlos Gardel o Diego Maradona, quienes son considerados verdaderos símbolos del sentir argentino.